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Musa del Temporal


La luz antes del temporal es fresca, el medio día está en paz, en los tonos de la gente no hay odio, el calor ha pasado.


Los labios se me tiñen de una gran cascada gris y clara, tiemblan, no encuentran la palabra, reposan mudos en la cara que siente el aire y llora.
Todo lo que se posa de manera erguida brilla tan feliz su verde y sus aceites, que hasta el barro se auto revuelca entre el caucho de los autos, que mansos, van a almorzar. El ambiente a más de uno le saca una sonrisa bien descansada y es viernes, nadie corre, ninguno ladra, cualquiera puede disfrutar del estar. La armonía es una mujer piel de rocío, de andar suave y perfecto, un suspiro y luego sus dedos, acariciando los cabellos de un niño seco de mundo que vuelve a jugar. Anda por la brisa esta moza que no entiende porqué la miro sin hablar, porqué no como.
La existencia a menudo golpea lo que tiene a mano dañando a las musas hasta escribirlas, yo sigo tomando la rejilla de palabras y seco la mesada pulcra de mis días, que se agobian en el orden que no existe. Afuera el caos vuelve radiante tras los truenos a sus nichos de papel moneda porque se ha sentido en esta siesta, en las gotas gordas de una tormenta veraniega, en la madre tierra que no se olvida de mimarnos entre temporales tristes.
Alguien besa el suelo, otro retrazado, aprieta el acelerador por la misma calle y se detiene metros antes del hombre, abre la puerta, pisa el barro y se acerca, lo abraza y se olvida, siente la vida, como la luz antes del temporal, gris, fresca y verde.









Esbozo de Ensayo por Juan Manuel Tresols

Quien mira fuera de foco arriesga su lucidez, empieza a sentirse loco por los demás, nadie espera encontrarse a un tipo caminando a ciegas, de espaldas, enfermo, seguro y feliz. Aquí es cuando deviene la burla, el egoísmo desmedido de sentirse más alto, normal.
Yo anhelo distinto, me gusta el caos por su capacidad de sorpresa, por la potencialidad que tiene a menudo la realidad más discreta de las humanidades de conmoverme, de hacerme trizas, de mostrarme que la quietud de nuestra cotidianeidad  no sirve, sólo está ahí y nada más, no brilla. Allí río y allí lloro, porque esta piel se ve magra, anormal, puta y llana; delgada.
El resto camina, hace caso, se pudre sin sentido, quizá en sus ratos alguno piense en lo que no fue, en lo que quiso y no pudo, y en el fondo se de cuenta de que su vida como la de mucha gente a podido al menos encontrarse, pensando su infelicidad. Lejana a su adentro la normalidad se pasea de lado a lado por el pasillo de un penthouse y se siente orgullosa de no ser más que el buen champagne francés, que baja por su garganta, burbujeante y fino, demasiado caro.
Un niño tieso y vacío, lleno de hambre, una boca negra que lo traga por la alcantarilla, un perro flaco, una carcajada borracha, un auto arrancando con toda esta furia, el agua del vidrio lavado que se escurre en el viento de una noche que acaricia a los locos, una mano, una moneda y otro auto rompiendo la lastima ajena, volando por el aire al niño, haciendo justicia, acortando el destino.
La muerte es como la seda negra de algún traje a medida, la responsabilidad de cuidarnos, nuestra naturalidad de seguir, el fármaco, la posibilidad entre las posibilidades, una línea mental y su punto y aparte. 
La voluntad sigue caminando, arrugándose, golpeando el suelo, arrastrándose inconsciente y cuando se encuentra caminado de espaldas, se ve tan sola que, a menudo la enferman, la apartan y la medican. Todos debemos pensar nuestra infelicidad aunque no haga falta, aquí es donde el caos aparece como única alternativa y quien ya lo a tragado camina tedioso de vuelta a su día vacuo, hay otros que lo escupen, su contextura es tan pura que lo rechazan, andan sin rumbo por un sueño que los va dejando flacos.
Y así hasta la transparencia vive el día a día, su época, la negrura nos saluda ni bien pisamos la vereda de casa, cuando al caminar desprevenidos, sentimos el olor a mierda en la esquina, nuestro tránsito, el ensueño en las caras muy temprano a la mañana, pesadas, yendo siempre a lo mismo; en cada mirada vacía.
En medio de todo esto cojemos, tenemos hijos, nacen almas ingenuas, llenas de vida, la niñez pasa desamparada frente a pantallas cada vez más caras y aquí no hay reglas, la mano que arranca la tapa de sus cabelleras limpias e impone y forma,  hace y deshace conciencias; mientras religiosamente todos los meses pagamos el cable. La televisión es más hijo que los hijos y juega en su arenero todos los días, propone el juego.
Proponer el juego, -existe un asesino difuso que nos mata día a día- como dice Aristarain en su “Lugares Comunes”, hay una abstracción una sombra de traje que propone y nos delimita el espacio, dice donde pisar y donde no, nos atrae a su suela pesada que no deja de pisar, ya ha ganado el pan y queso cuando pibes; ¡pero es que no puede perder hermano! Empezar a atender el día, no es seguir las normas ni sus reglas; infringir la burocracia de turno es una autocrítica fuerte que ya no se aguanta estar callada, y es también, ser un delincuente. Mucho cuidado.
Y otra vez cuidarse, apelar a la muerte, darle la identidad pasivos a la maquina de escribir, molestar con papeles a la burocracia de seccional, caer ideológicamente demasiado vibrantes ante el orden establecido de la normalidad. Y aquí no hay medicación.
Al loco y al delincuente lo encierran, las instituciones coaccionan sus libertades, siguen excluyendo; levanta castillos de arena el difuso espectro que nos subyace, gana, siempre gana.
¿A costa de que más? Y aquí vendría una larga lista. Yo digo suelo.
Sentir el suelo devastado, es un rincón del alma demasiado quieto, lejano y despreocupado, seco. Aquí alrededor se nos pasa la vida, nuestro contacto ameno y hermano con la vegetalidad, la mugre que nos queda por curar, aunque ya sea tarde, aunque me cague en este mi verde y sigamos muriendo amalgamados y grises como una gran maraña que devasta la esencia. El guarda parques cuida los rinconcitos de planeta que han sido destinados a la preservación pero también a la burla y desvaloración ascendente de todo un entorno, que alguna vez fue sano y nos contuvo sanos en él, que ahora se tala eficaz  y multinacionalmente, su voz se escucha a gritos en los medios recalcando estas reservas naturales que sirven de velo, de pantalla mediática a la destrucción, de paisaje a sus grandes centros comerciales. La naturaleza se arrincona y se encierra, entre grandes murallas grises, se dopa a turismo.
Replantearnos nuestra vegetalidad es el objetivo.










Del doparse

Se dopa quien se aliena, se construye encima, se reniega y se aleja de sí tan asquerosamente que se pierde en un horizonte infinito y árido hasta su inhumanidad. Al loco lo dopa a base de ciencia esta cosa, que camina ciega hacia los gusanos; subyace espectro este asesino de su tierra y sus hermanos.
Las pastillas para la vida se institucionalizaron como medicina, y a aquí las palabras “Hospital Psiquiátrico” resuenan en las paredes anchas de la conciencia, como un eco interminable  que versa Control.

El loco 

Caminar de espaldas… vieja costumbre de ver las cosas con la ceguera y la  testarudez necesarias para vibrar el devenir del cambio, de la transformación humana, de sus verdes y caudalosas maravillas naturales, de sus abismos.
Hete aquí al poeta, ¡si  él!, nuestro poeta encerrado y dopado; este título aclaratorio “El loco” debería clarearse “Al Poeta” y manifestar sensible de “libertad” que somos nuestro futuro, nuestra humanidad vibrando sana con su entorno, la posibilidad de verla excluyendo a sus más amenos  hermanos.

La normalidad

La normalidad es nuestro entorno, nuestro tiempo, el sistema que nos rige, la cultura actual, lo permitido, lo bien visto, lo amparado legalmente, lo acostumbrado, nuestro estándar estético, el trabajo desenfrenado, rápido, eficaz, explotante, la necesidad de materialidad, de seguridad económica, la posibilidad de comprar un futuro, de cagarse feliz en los demás porque está avalado por nuestro “asesino de guante transparente”; porque es normal, de todos los días, porque esta bien. La normalidad cansa, agota, golpea, estresa y mata; repliega su negrura por todos los rincones de nuestro espacio, en la espera de nuestro tiempo que no encuentra que esperar, que se sienta sobre la mugre de sus ciudades y se revuelca de alegría, solo. Su oscuridad, esta grasa en la que se mece, son su patria y su poder, desde arriba y arrugado, lo bien visto maneja los hilos de nuestra vida normal, nos hace bailar en su mierda. 

Efecto de la normalidad:” La negrura”

Negro está todo hermano, esta vida, nuestras formas no contemplan más que su beneficio y su costo es enorme; la normalidad se forra, acrecienta su tesoro de bienes, genera negrura, grasa, mugre, desocupación, pobreza, enfermedades, descampados, grandes horizontes pelados, talados, arranca ferozmente la vegetalidad nuestra, suya, nos lleva y mata, se seca, corta la raíz, la unión natural. Nuestras manos en forma de hojas ya si siquiera se podan, los pies que pisan esta tierra herida burbujean en yagas avances químicos, la negrura se impone como entorno natural, como efecto de nuestro tiempo, va dejando en su andar menos pasto para el hijo. Esto negro de lo que hablo es nuestra basura, los desperdicios humanos, la peor forma de deshacerse de ellos, la falta de predisposición a utilizar nuevas formas más sanas para la vida, cagarse en la sangre de nuestra sangre, en nuestra madre y su caminar vegetal que refleja su gesto de vida, que busca crecer, que enfoca porvenir. También es nuestro caos aceptado y los adentros aceptados en la bruma.

Siente el suelo:

Sentir el suelo es sentirse, mirarse como parte de todo esto que nos rodea, nuestra casa vegetal, nuestro entorno verde, este que nos permite ser en él, vivirlo, acariciar sus texturas, beber sus aguas, mimarnos la piel en sus arenas, tostarnos y percibir el olor fresco que nos deja el sol en el cuerpo y entender con todo esto que hay algo de aquello que también late en nosotros, que la esencia humana se nutre de su hogar natural, que nuestro suelo necesita abrazos, cuidado, paz. Escucha su canto hermano, anda calmo por sus arboledas, reposa en sus sombras y vuelve fresco a  la vida que le has construido encima, intenta dejar crecer enredaderas sobre tus rascacielos de hormigón armado. Vuelve a sentirte.
Entiende hermano, entiende que somos uno, que no hay separación aquí, que estamos en él y él en nosotros, que aunque lo hayamos usado y maltratado, todo sigue allí, estando y nada más, fluyendo. 
El objetivo de este ensayo, la propuesta, la mirada a concienciar es tener en claro esta íntima relación que guardamos con toda la vegetalidad que nos rodea, de saber que somos barro, de entender como pisarlo, andar en él. Cuando podamos caminarlo, cuando de verdad tomemos conciencia de sus heridas, de nuestras violaciones a esta pureza sana que no daña, que no intenta maltratar, que crece y enfoca vida y se hace robusta porque nunca deja su centro, porque no puede hacer otra cosa que dar vida y hacer crecer su tallo enérgico hacia lo alto (no para ser más, tampoco para estar más alto que algo o alguien, sólo por que en esto reside su naturaleza, su esencia); cuando comprendamos algo de todo esto, cuando al fin podamos ver a esta madre nuestra que aún sigue creciendo, dándonos aire, posibilidades de cambiar, se dará la unión, el lazo natural roto hace tiempo, la posibilidad de transformarnos hermanados a la grava más nuestra que nunca, nuestra feliz y armónica esencia en eterna gratitud recíproca con nustro hogar, el fluir conciente y sano de un entorno, la vida.